sábado, 15 de junio de 2013

Carreteras grises

Llegará un día en que de repente vuelva a tener confianza en mí, me sienta seguro de mí mismo y empiece a creer en las personas. Perdonaré el daño que me han hecho y, sobre todo, perdonaré el daño que me hago. Pues cada vez tengo más claro que no existe enemigo más terrible que uno mismo. Ese día llegará, me digo, desconfiado, certero de que pido un remanso de paz en medio de un torrente llamado vida. Mis emociones dejarán de ser un torbellino endemoniado y seré lo que quiera ser, bueno o malo, arriba o abajo, izquierda o derecha, sin sentirme luego mal por ello, ni culpabilizarme.  Aquel día en que deje de tenerme asco, será cuando amaré verdaderamente a alguien, sin proyectar en esa persona todo aquello que no soy o que me gustaría ser. Ese día aún no ha llegado, pero estoy en el buen camino, porque para llegar a conocerse, lo primero que hay que hacer es asumir, asumir todas tus facetas, las que tu crees que son muy buenas y las que piensas que son muy oscuras, aunque en sí no sean más que eso, facetas, ni buenas ni malas. Y en ello estoy, aunque avance muy lento. Cada día es una lección y aprenderla lleva tiempo, algo que los humanos por mucho que intentemos no sabemos medir. Por ello, he llegado a la conclusión de que tenemos que dejar de pensar en el tiempo. Ese concepto inventado, consensuado que nos tortura y que, por supuesto, no necesitamos porque la vida no es tiempo, la vida es ahora. Tenemos que aprender a reírnos, reírse de uno mismo, de la chorrada, la estupidez y arbitrariedad  que suponen cada uno de los sucesos que vivimos. Hay que reírse, celebrar las preguntas sin respuesta, celebrarlas cada día, disfrutar del camino llano y soltar el volante en las curvas, cuestas, descensos y demás, pues en el fondo, nuestro coche se conduce solo por carreteras grises que dibujan millones de líneas diferentes sin principio ni final.  Vivimos siguiendo esas líneas (o neuronas) que constituyen nuestro cerebro, esos tejidos interconectados cual carreteras, que construyen la realidad exterior y que no son más que una proyección de la realidad interna del mismo (de nuestro cerebro), del cual, aún queda mucho por descubrir. Dicha realidad (la exterior), nunca podríamos modificarla en esencia aunque sí en aspecto. Porque si manipulásemos el cerebro, manipularíamos únicamente a través de una de sus funciones la forma, lo superficial pero la esencia o realidad, aunque disfrazada, sería la misma porque la manipulación es una función más de entre tantas que contiene el cerebro.  Qué gran hijo de puta que es, ¿y si su origen fuera extraterrestre? ¿Y si estuviéramos sometidos a otra raza al igual que nosotros sometemos a las células que nos componen?¿Y si  el cerebro estuviera harto de tener que vivir sometido, alimentando y gestionando un cuerpo? Menudo movidón.  ¿Y si, además, nuestros cuerpos estuvieran unidos formando una red de carreteras grises sin principio ni final constituyendo un algo inmesurable humanamente? Aún así, todas estas preguntas provienen de conceptos predeterminados. Ningún humano (si es que el concepto "humano" existe y el propio concepto de "concepto" o realidad o existencia tienen el valor verdadero que les estoy dando) dispone ni dispondrá de la verdad ni de una noción de la realidad absoluta. Pues no podemos vivir sin cerebro, ni salirnos de él, lo cual podemos entenderlo como algo horroroso o adaptarnos al confort de no pensar y vivir disfrutando de la continua e incontrolable alternancia dolor-placer.