lunes, 27 de febrero de 2012

No moriré joven



No moriré joven, porque si la muerte es puta todavía no conece a este libertino.
No moriré joven, todavía no me he casado ni he tenido hijos.
No moriré joven, aún no he conseguido el trabajo que siempre quise.
No moriré joven porque todavía no he partido con un te quiero, una caricia y un adiós.
No moriré joven porque todavía no he gastado una putada grandísima ni he metido la pata hasta el fondo.
No moriré joven porque todavía no he sido drogadicto ni he estado ingresado en un hospital psiquiátrico.
No moriré joven porque no escribí el best-seller ni la canción ganadora de Eurovisión 2020.
 No moriré joven porque todavía no he amado lo suficiente para darme por vencido.
No moriré joven porque tengo salud y una familia que me quiere (incluyo a las perras).

No moriré joven porque llevo la cuenta de aquellos deseos que conforme se van realizando nos empujan poco a poco hacia la muerte, y aunque por miedo lo niegue, son muchos los que aún se esconden en este saco de piel y huesos que deambula sin rumbo por la carretera del destino.

lunes, 13 de febrero de 2012

Vivir sin miedo

Recortando trocitos de recuerdos, ahogándome en la nada sin hacer de ella un abismo...me derrito y en el silencio se calma la angustia. La angustia vital, el sin vivir que me da vida, el miedo que me crece y sin embargo, me hace grande, me hace humano. No soy nadie, tú tampoco pero yo, además, no sé vivir, o al menos lo pienso mientras todavía respiro con dolor agudo en el pecho. Y me pregunto: ¿Cuándo seré polvo? ¿Tendrá algún fin la existencia? y mientras hiervo en ansiedad entre la realidad y los pegasos, que bien me salvan, bien me estrellan, al igual que la realidad que bien me besa, bien me atropella. Y ya no espero nada, nada de la nada, nada de nadie. Vivir, que ya es mucho, sin ninguna gana, por inercia, tragando con dificultad mis días, mirando a los demás con una sonrisa falsa, haciéndoles creer que estoy contento con mi vida, que lucho y me esfuerzo, que soy feliz. Una gran falacia, una gran felación corrosiva. No soy feliz, llevo mucho tiempo sin serlo y lo peor es que no sé lo que busco ni adónde voy, aunque quizás ahora lo peor sea que ni tan siquiera quiero saberlo. Ahora ya podéis estar contentos todos lo que alguna vez me envidiastéis, todos los que alguna vez pensásteis que era ejemplo de algo. Todos los que no sabíais que cada vez que me levanto llevo el peso de miles de cadenas y que hoy, sin embargo, mis huesos rotos se hunden sin fuerzas, porque no sé VIVIR, VIVIR, VIVIR
sin miedo.

sábado, 11 de febrero de 2012

Mi batalla por la vida

Roto, deshecho, pinchado, sangrado, despellejado, arañado con mis propias uñas asisto vertiginosamente al fin de mis días. Conectado, enchufado, unido, ligado a una máquina sensible instalada por defecto, difícil de parametrar, me hundo en la más profunda de las camas eléctricas que me inyecta dósis de sal, agua, antibióticos y morfina. Voy en busca de mi fin, sin quererlo, ansiándolo, buscando sorbos de muerte que no me sepan a veneno. De una forma inconsciente, ingenua, lerda, degradante, destructiva, me enfrento a mi mismo sin ningún arma salvo una risa estrepitosa o una llovizna gris y contínua. Ya no me domino, ya no me controlo, todo me posee, nadie me toca. La fiebre llega y el silencio, la angustia y la lejanía, el grito agónico de mis ser torturado que pide clemencia y a su vez se reafirma sobre su condena eterna. La pena, mi máxima pena, aquellos que me quieren, no los que fingen mostrarlo, aquellos que verdaderamente me quieren, por los que vivo. Y dudando de mis palabras en cada momento, como si viviese en una realidad sin base humana, manteniendo la mirada de las sombras, resquebrajándome una vez más, partiéndome en dos lucho contra mí otra mitad, contra mis fuerzas aniquilativas, contra la puta sombra de la vida y la muerte, contra la pesadumbre permanente de lo que piensen, contra la clara figura de un chico mimado, mediocre, indefenso, sin autoestima, muerto de miedo por la vida, que en horas como esta, en desarraigos como este, en minutos inminentes, en segundos repentinos, agarra un cuchillo afilado y se autoflagela.

A veces me pregunto por qué muchos jóvenes se ofrecen voluntarios para ir a la guerra, a menudo pienso en aquell@s que con dedos, hilos y agujas desinflan sus vidas, aquell@s que, en un día apacible, hacen estallar tanto sus entrañas como las de otras personas. Me pregunto qué es lo que les empuja a desear la muerte, me pregunto si queda alguien en este mundo capaz de permanecer con los ojos abiertos. ¿Y si yo no fuera diferente? Desgraciadamente, aunque duela, ya no es una pregunta. Y mis fuerzas, mis ganas de sobrevivir, las incógnitas, los futuros, los pasados, se acuestan en el silencio de mi presente buscando un nicho donde dejarse morir.

Sin embargo sueña, sueña descansar cual paso más en la arena, como una ceniza que libre al fin de lo que fue se deja acunar en la brisa de un océano.