viernes, 25 de febrero de 2011

El mar que deshizo mi cuerpo

La orilla nos amarraba a la realidad, las olas nos rozaban con sueños...
Eramos zombies que deambulaban sin rumbo por bosques y tinieblas. El cielo era nuestro infierno, las alimañanas nos alimentaban, bebíamos sangre de cuerpos sin vida, devorábamos vísceras como aves carroñeras, y en los días de luna llena su luz cosquilleaba nuestra consciencia y nos colmaba de placer. Los descensos a la ultratumba redimían nuestro dolor, ya no éramos culpables de nada, éramos iguales al resto de almas asustadas de sí mismas, que se difuminaban entre flashes, purpurina y humo de tabaco. Un día nos conocimos y, sin pensarlo, quisimos huir hacia a otro lugar, impulsados por la magia de un futuro distinto. Un día nos besamos y, sin pensarlo, corrimos juntos hacia un horizonte mágico e incierto. Y así en poco tiempo, llegamos al mar, que nos acarició con arena blanca y rumores de calma, mientras el sol doraba nuestros cuerpos con brisas suaves y cálidas. Eramos muy felices junto al mar, por fin nos sentíamos libres estando allí... y así fue como éste se enamoró de nosotros. Pero pasó el tiempo... y una noche de luna menguante quisimos sin más cambiar de horizonte, búscabamos nuevos paisajes, otros atardeceres, el color de la vida... el mundo nos parecía demasiado grande como para dejar escapar toda su belleza. De repente, los huesos de nuestras espaldas se abrieron brotando unas inmensas alas rosadas de ellas que comenzaron a sacudirse fuertemente mientra crujían. Esto hizo que la piel del mar se irritase provocando una gran tormenta. El viento, amante del mar, acudió en su ayuda y, en seguida, olas gigantes se formaron y se desplegaron inmensas rompiendo y devastando nuestra orilla y aquel sendero de piedras que construimos a cada paso. Invadidos por el miedo, corrimos y corrimos y en la huída nos separamos sin darnos de cuenta.  Nuestros cuerpos guiados por las alas se elevaron a gran altura del suelo hasta un lugar donde las nubes nos escondían y arropaban. Allí, en el frío vapor, quedamos por un momento protegidos del destructivo ataque del mar. Allí, sin saberlo, quedamos protegidos de nosotros mismos. El mar de corazón rencoroso no consiguió atraparnos, pero arrasó con todo aquello que disfrutamos y todo lo que construímos mientras éramos libres. Se lo tragó todo y lo escondió en sus profundidades. Adormecido en lo nebuloso, tras el cesar de las olas y después de un tiempo prudencial, inicié mi marcha sin ti... A medida que me alejaba, mis alas se agitaban al mismo ritmo que latía mi corazón, a golpes lentos y dolorosos. El viento, apoyado sobre el mar, me asfixiaba con sus fuertes manos. Pese a todo, conseguí escapar de aquel sitio... Días más tarde, llegué a un desierto donde mis alas dejaron de funcionar y donde, al cabo de unas semanas, se quebraron y partieron esparciéndose cual ceniza. Allí perdí la fé y  la esperanza, y después de varios meses caminando sediento, perdí mi inocencia. Las serpientes me mordían, los cactus desgarraban mi piel, las tormentas de arena me enterraban y el agua desaparecía con cada paso arrastrada por remolinos de fuego. Sin embargo, un amanecer, iluminado por un espejismo, decidí dejar de esconderme en la tortura y emprendí mi camino hacia el mar para dar muerte al recuerdo de tu ausencia. Y así, seguí paso tras paso, con valentía, abandonando el desierto y atravesando multitud de cumbres, valles y colinas, en busca de la huella del sendero de piedras que conducía al borde de la orilla que un día fue nuestra. Cuando llegué finalmente, el mar olvidadizo permanecía en calma, ya no le temía, hacía tiempo que no me atormentaba en mis sueños. Así que me desnudé, me acerqué a la orilla y poco a poco me introduje en él. Mi cuerpo se fue hundiendo cual plomo, la corriente me empujaba hacia aguas cada vez más profundas. El frío inundó mi corazón y mis pulmones se encharcaron de agua salada. Mientras descendía perdí el aliento. Meses más tarde, mi cuerpo seguía hundiéndose hasta que empezó a deteriorarse. Metro a metro se deshacía más y más. Tras varios miles de metros de profundidad rocé el fondo con la manos allí por fin encontré lo que estaba buscando, el tesoro que el mar me había robado. Le supliqué que me lo devolviese pero éste, rencoroso, puso un precio: pidíó mi amor a cambio y como depósito pidió además mi libertad. Sin dudarlo un mínimo momento se los entregué, pues era todo cuanto me quedaba y no tenía nada que perder. Y mientras el mar vencedor sujetaba mi espíritu con sus heladas manos, llegué a la conclusión de que viví  perdido durante cincuenta años en un desierto, libre pero preso al mismo tiempo...Una vez ya sin alma, ciego y sordomudo, escuché con nostalgia el eco de mis pensamientos y en él reconocí tus ojos. La esperanza y la alegría quedaron sepultadas por dos grandes rocas que se deslizaron con nuestra huída y que, sin embargo, se deshacían poco a poco con el sol, el viento y las olas...



Hoy, la dignidad y el amor, la esperanza y el orgullo juntos rompen contra esas rocas donde tus manos mojadas de sal y lágrimas depositan mis cenizas... las rocas haciendo alarde de su dureza son, sin embargo, incapaces de detener el paso del tiempo... Y una vez más, sin importar la manera, habitando por un momento en tus manos, nos encontramos juntos de nuevo, los dos, mientras la orilla nos amarra a la realidad y las olas nos rozan con sueños de un futuro en otro mundo, de otra existencia, tú y yo, inseparables, por siempre.