miércoles, 25 de agosto de 2010

Hay momentos de silencio, momentos aislados por el hielo, espacios de tiempo largos o cortos en los que fingimos no escuchar, pretendemos no oir, cerramos los ojos y obviamos una respuesta inadecuada, una breve quiebra en el tono de voz, una mirada esquiva que con su miedo habla desde la verdad, el interés y la mentira.Y mientras pasan los días y seguimos creciendo, rodeados de falsas amistades, de gente cobarde que a menudo viven en una realidad paralela en la que lo que único que importa son sus intereses, y donde sólo se oye lo que se quiere oir. En el fondo existe una gran necesidad de ser escuchado, comprendido, querido... Las personas somos así a veces, necesitamos llamar la atención, algunos más y otros menos...La cuestión a la que quiero llegar es: ¿Son los discapacitados psíquicos más felices que nosotros, o son iguales sólo que a distinta escala? Está claro que casi nadie se conforma con lo que tiene, la tierra nunca es suficiente y esa sensación causa mayormente la infelicidad. La gente que se para y decide echar un vistazo alrededor se da cuenta de que la vida no es tal y como la venden los demás, que los gilipollas no siempre fueron más felices...Y de repente llegan al vacío existencial...porque como dice la canción "si la mort est un mystère, la vie n´a rien de tendre".
Una calurosa y asfixiante tarde de verano mientras tomamos un café sentados en una terraza cualquiera observamos la gente que pasa. Y si la calor y el hastío nos lo permite llegaremos rápidamente a la siguiente conclusión: No hace falta buscar mucho para encontrar en los ojos de los demás el reflejo de la desesperación. Pero para cuando lo hacemos nos damos cuenta de que, en realidad, somos nosotros mismos los que estamos desesperados.

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