miércoles, 13 de agosto de 2008

El encuentro

La mente gira a mil revoluciones, las miradas que atrapan lo que buscan, el silencio furtivo que se delata, un encuentro esporádico de placer anímico y carnal muy ansiado en nuestro ser. Ya no hay más problemas, uno está concentrado, deseando de hacerlo, empezando a tocarse antes de saborear a su presa. Sí, hay que hacerlo, pero antes, uno predice todo lo que va a hacer, lo compara sin darse cuenta con anteriores encuentros o fantasías. Está todo claro, tiene fijado el sendero de gloria que va a seguir, sabe lo que hace y como realizarlo sin perder la cabeza. De modo que se aproxima impulsado por la agonía sexual y hunde sus manos en una gustosa y ardiente combinación de ropa, calor humano y perfume que se mezcla a fuego lento con la saliva de dos bocas que no se separan casi ni para respirar. En seguida se deja ver el picor celestial que le ha ha traído hasta allí, el vello que se clava y arropa, la extraña pero placentera sensación de un cuerpo que no es el suyo que se apretuja contra sí para fusionarse en un ritual de agitación animal con lametones que enfrían y vuelven a reavivar el pecado terrenal que reprimimos y bendecimos. El candor químico que se desnuda obliga a penetrar en el éxtasis. Los besos se suceden para demostrar lo que estamos disfrutando y para que el acto sea recíproco, sin momentos de soledad, para que la otra persona sepa quienes somos y que estamos ahí, dándolo todo, todo...
Poco a poco la actividad se vuelve más intensa, frenética, el volcán ruge, el ambiente tiembla, la agitación se enloquece y el volcán finalmente entra explosiona. Todo se llena de lava..., el volcán ha estallado dejando enormes columnas de humo cargadas de romanticismo y que nos conducirán a amarnos hasta que el sol se derrame en las montañas.



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